Rompedores de barcos

Rompedores de barcos
Rompedores de barcos
Rompedores de barcos
Rompedores de barcos
El espectáculo de los rompedores de barcos resultaba imponente. Era algo increíble ver a aquellos hombres enfrentados a la tarea de destruir, palmo a palmo, los grandes buques que, encallados en la playa, parecían desafiarles desde su enorme envergadura. Los barcos, comprados por los propietarios de las empresas de desguace, en los mercados de India o Singapur, venían a morir a las playas de Chittagong, al este del país, después de haber navegado, durante décadas, por los océanos del mundo. Bangladesh no tiene minas de acero. Y la destrucción de barcos y la posterior fundición y transformación de sus piezas, permite abastecer el mercado interno de productos de metal. El proceso de desguace de un barco de gran calado puede prolongarse por espacio de siete meses. Es un trabajo durísimo que exige, sobre todo, fuerza. Fuerza para arrastrar - por el cenagal que crean la arena, el agua y el aceite – las grandes piezas de metal arrebatadas, a golpes, a la estructura. Fuerza para fragmentarlas en pedazos más pequeños, sirviéndose de un equipo tan básico como insuficiente. Fuerza para cargar cada pedazo, a hombros y en grupo, hasta los camiones que lo transportarán hasta la fundición. Fuerza para no rendirse ante la imperiosa necesidad de seguir y seguir. Rompiendo y cargando. Invocando a Alá. Abrazando al compañero. Nutriéndose de la solidaridad omnipresente en el lugar. Sentí respeto y admiración por todos esos hombres. Mayores y jóvenes. Todos empujando en la dirección de su destino. Difícil y arriesgado. Incapaces de quejarse ante la dureza de su labor y la precariedad con la que la ejercen. Agradecidos por mi presencia. Sonrientes y conversadores.
  • Crees en Alá?
  • No, yo no…
  • Da lo mismo. Sé bienvenido.
Pepe Navarro Escribe al autor: [email protected]